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fabulman

Cronica de un desprevenido en un evento huge

Casi no podía creerlo. Mi reloj marcaba casi las siete de la noche y estaba a escasos minutos de llegar finalmente al anhelado y pospuesto evento.
Luego de dar unas vueltas por el centro comercial ante la sospecha de que la idiosincracia se impondría y todo empezaría tarde, bajé a las 7.30 al teatro para encontrarme una enorme fila de interesados, tecnológicos y variopintos asistentes.
Dudé al principio pero luego noté un efecto muy a la venezolana: había dos colas, pero una era cinco veces más larga que la otra. Evidentemente fui a la corta casi con la certeza de que no había diferencias entre ambas filas para entrar. No fallé.
Saqué mi invitación, con algo de verguenza por los mensajes pseudo insinuantes que contenía, y la mostré a la joven de la puerta, quien ante la avalancha de impacientes visitantes tan sólo pedía “una tarjetica” que nos convertiría en los felices postulantes a los premios de la noche. Pero ante la ausencia de mis tarjetas, me decidí por la segunda opción: “llenar el papelito”.
Lamentablemente no tuve la suerte de conseguirme a ningún otro anfitrión u organizador que me indicara el modus operandi del evento. Me alisté a intentar ubicarme en el sitio y comprender la logística, cuando de pronto permitieron el acceso a la sala y tuve mi primera evocación del Metro de Caracas.
El batallón de ávidos usuarios abandonó el lobby para evitar la pronta y más que evidente falta de asientos. Mientras yo intenté aprovechar el sosiego para apreciar los stands de los patrocinantes, sin saber que mi estrategia no sería la más adecuada (o por lo menos no en esta ocasión).
Luego de mi periplo y cuando escuché una voz dentro de la sala, me apuré para no perder detalle. Al intentar ingresar al recinto, un muy joven caballero explicaba a un grupo de rezagados que el sitio estaba lleno –como si no era evidente—y que más bien había exceso de personas en los laterales por lo que lamentablemente no se podría entrar. La pregunta de por qué había más gente de la capacidad del local se quedó sin responder.
Tras el estupor inicial, el joven fue increpado con una actitud masiva de prelinchamiento que se resolvió al recibir una ágil orden de ingreso a la sala para quienes ya nos veíamos perdiéndonos el “evento del año”.
Los que dispusieron de asientos fueron los pioneros en entrar a la teatral sala, no sin antes haber soportado en el lobby algo de altas temperaturas y exceso de cercanía con el prójimo, cual día de retraso en el Metro.
Una vez adentro y de pie, pude ver la representación dramática de un jefe histérico, una diseñadora que más bien entraba en el estereotipo de la secretaria “mamita” y un fotógrafo luchaba por ser malandro aún en contra su naturaleza. Debo confesar que me reí con la secre, perdón, la diseñadora.
En medio de la improvisada comedia, apareció una inducción a los productos de Adobe y luego una mejor de Macintosh con acento de New Jersey incluído. Aplausos fueron y vinieron hasta la llegada de la rifa, que entre los afortunados ganadores lució a una dama y un caballero que posiblemente podían haber sido escogidos con “la mami” y “el papi” del mes por alguna página web de rumbas. El fashion se impone.
Al concientizarme de la desilusión de irme a casa con las manos vacías –ni tan vacías por los múltiples volantes recolectados-- salí de nuevo al convulsionado lobby donde los ávidos asistentes disfrutaron con vino y pasapalos el cierre del “evento del año”. Nos vemos en el próximo (si no lo suspenden).

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